En las calles las madejas del averno rotan alrededor de la mujer solitaria que se esconde,
mientras en la oscuridad las sombras transparentan la luz que dibuja las esferas del
invierno,
y en la soledad del ermitaño sonido del palpitar de lluvia, se retuercen ecos pasados,
cuando en la esquina de la manzana muerta se revuelven miradas que circunscriben el
enigma de la noche.
Y allí estoy yo, en el cruce roto de la cruz maldita donde ya no queda silencio inquieto,
donde ya no se renuevan los arcos del azul lunar del cielo que mece con manos muertas
el tiempo,
sigo escuchando el mismo canto y alegoría de antaño, salpicando la acera rota a mi paso,
y la nostalgia se apodera una vez más de mi llanto,
mientras se apagan una vez más las luces del desencanto entre la niebla.
…
Veo en tu mirada las últimas notas que se quiebran,
y la luz sosegada de neón que me atrapa,
mientras descansas en el espacio invisible,
donde la materia de tu cuerpo se desvanece sola.
Solo quedamos los dos, abrazados por el destino,
en un recuerdo infinito en el vacio desdibujado,
y el camino se ilumina una vez más, solitario,
rodeando las figuras en un sentimiento eterno.
Y algo espera detrás de la arena, en silencio,
transitando el tiempo como si fuera la última vez,
entregando con manos abiertas el mensaje de las estrellas,
y el cosmos atrapándonos a lo largo de la noche encendida.
…
Otorgo la llave al cuadrilongo amorfo.
Resplandece el obscurantismo debajo del hule de cristal.
La mano extinta sedimenta el manuscrito e incomunica el aire.
Y otra vez solo. Sin contrasentido.
…
La nieve golpea el suelo con su pureza infinita,
mientras suenan las campanas de plástico,
y el agua se tambalea recogida,
en una sinfonía atonal asincrónica,
mientras las aves contemplan los ecos del futuro,
y se escapa entre mis manos la niebla del destino,
embaucado entre sombras, en el centro del bosque sacro.
…
Espíritus del presente emanan en sus circunstancias un legado secreto de motivaciones
varias,
y quedan rezagados en la orilla de un pasado inerte que revolotea entre destellos libres.
Háblanse entre ellos, sus manos apagadas en el más recóndito de los inviernos,
protegiendo al frío cantar de la niebla rota entre callejones que duermen en el silencio de
la noche.
Y en el lago difuso caminan sombras cristalinas rogando al tibio amanecer de la
esperanza,
elevando a las estrellas en un clamor de voces quietas entre arboledas y rocas negras.
…
La ironía no existe. En realidad nada existe. Pero nos ilusiona imaginar que sí.
Somos mentirosos y creativos.
Sabemos rodear nuestra existencia de fantasmas que mecen los sentidos.
Anduvimos tan solos, dubitativos, entre islas de incertumbre que esgrimieron nuestro
destino.
La ficción se apoderó entonces del relato inconsistente de lo humano,
mientras se derritía esfumándose entre sombras, el aliento de los dioses.
…
La realidad no debería separarse de la ficción. No obstante, lo imaginario como
simulación de la realitas, sí podría prescindir temporalmente de la objetividad del sujeto
y de su concepto abstracto/simbólico.
…
En la ciudad del futuro caústico se iluminan los pasajes de lenguas muertas,
y la lluvia cae, sosegada, apagando el influjo del relámpago obtuso,
atrapados entre paredes opacas en ruinas divergentes,
los últimos aúreos diseminando la materia obscena del desengaño.
Quedamos los dos, solos delante de la hoguera encinta en la arena quieta,
y la luna dirigiendo las últimas pulsaciones esparcidas en la nada,
mientras se retuercen los mensajes sin sentido,
y se inflaman las nubes emanando la sangre del infinito.
…
Vaga entre la niebla de la noche, mientras crea infinita contradicción.
Lleva al murmullo de ideas y narra sonidos.
Se acerca sigiloso cerrando la ventana del desengaño.
Se oculta una vez más, sin dejar rastro en la mañana.
…
Espectros difuminados caminan hacia la voz inerte de la esperanza,
miran a los ojos del destino inusitado, invocando al despertar sombrío del desencanto,
y es entonces cuando el reclamo sacrílego del ser efímero que alza los brazos para
atraparle se apaga,
y sus pasos revelan el silencio radiante entre colores y manos invisibles,
mientras se eleva el último sonido de la conquista etérea a la luz de lo tangible.
El camino se apaga donde transitan las sombras,
cuando vaga la incertidumbre entre ramas muertas,
cuando la noche ilumina y asordece los sentidos,
el camino sobrevive expulsando lenguas de fuego en los rincones del averno.
…
El más abisal de nuestros desconsuelos se esconde a lo lejos, donde las miradas
reconquistan el sentido e incitan a la incógnita de un origen soterrado.
Y en nuestras manos el deseo, el diáfano verso de esperanza que apresa la conciencia y
desfigura actos espontáneos de violencia indefectibles.